viernes, abril 26, 2013

Hoy un día nefasto.

El paro en mi país ha batido record, y nada cambia.
La situación no es ya preocupante.
Es acuciante y desesperada para muchos.
Y nada cambia.
Miguel Hernández se equivoco, este si que es un pueblo de bueyes.
No hay otra explicación.
Haciendo memoria sobre la vida del lobo, no le puedo encontrar explicación a todo esto.
Yo empecé con doce años a madrugar y a mancharme las manos.
Anda que no ha llovido desde entonces.
Me levantaba a las cinco de la mañana para abrir y limpiar el taller de mi padre.
Fue el comienzo de mi enfrentamiento con mi padre.
"Si no te gusta estudiar... trabajas"
Fue un verano, de esos largos y asfixiantes de los que hay en Madrid.
Me habían quedado dos asignaturas y mi padre decidió ahorrarse un aprendiz en la imprenta.
Y así fue... estudie después, pero trabaje vaya si trabaje.
Levantarme, tomarme un café que mi madre dejaba en un termo por las noches.
Saliendo de noche de casa para coger el autobús.
De esa época viene mi afición al café, tenia yo que despertarme si o si.
Antes de entrar en la imprenta, me tomaba otro.
Casi cuarenta minutos de autobuses y a esas horas.
La receta perfecta para no despertarme ni queriendo.
La imprenta estaba en un barrio obrero y supongo que peligroso, yo entonces no me daba cuenta.
Estando ubicado en las cercanías del matadero y de lo que hoy seria un Mercamadrid de la época, era lógico todo lo que se movía por el barrio hacia que fuera un poco sórdido, como un barrio chino pero sin puerto de mar.
Lleno de camioneros, ganaderos, fruteros.
Como contrapartida... chorizos y carteristas sin olvidarme de las putas (con perdón, pero lo eran)
Al bajarme del autobús, mas o menos sobre las seis menos cuarto de la mañana, pillaba de retiro a sus guaridas a unos y otros.
Con la llegada de la luz del día, el barrio cambiaba.
En la misma puerta de la imprenta había un restaurante asturiano, sigue estando allí y se sigue comiendo verdaderamente bien.
Cutre a la vista pero una de las mejores comidas que yo haya probado en la vida.
Y he probado lo mío.
Eso si, no se yo, como están las ensaladas, ni las verduras.
Pero... con respecto a la carne y al pescado... Para repetir.
Palabra de lobo.
El caso es que antes de meterme en faena, entraba yo en el bar y al abrir la puerta me encontraba con todo tipo de personajes.
A mi... para que voy a decir lo contrario, lo que mas me llamaba la atención.
Eran... las señoras de la noche (me he vuelto yo fino de repente)
Para mis doce años, toda una fauna que supongo me hizo abrir la boca mas de una vez.
Recuerdo que entraba y me quedaba en un rincón, cerca de la puerta.
Supongo que con cara de sorprendido por no decir asustado.
Escondido detrás de la taza del café, mientras miraba a todos y a todas.
A esas horas, después de  trabajar toda la noche y mas con ese tipo de trabajo que agota y desgasta de tal manera que sus pinturas parecían desconchones en una pared.
Con todo mi respeto, mezcla rara de respeto y cierta pena por su trabajo.
Quizás he podido verlas de otras formas, desayunar todas las mañanas con esas compañeras y contemplarlas, al final de una jornada de trabajo.
Bajada la guardia, sin tener que exponerse al mejor postor, comentando entre ellas sus andanzas e incidencias de la noche.
No es que fueran bellezas al uso, para semejantes clientes tan poco exigentes no hacia falta mucho.
Pero al cabo de las semanas y viéndolas, oyéndolas fui conociendo sus nombres de guerra.
Todos los tamaños y edades, con escotes pronunciados, sus faldas cortas (para la época, hoy se han batido a la baja, No me olvido yo de los pantaloncitos de temporadas pasadas)
Tenían su cierto encanto.
Bueno por esta noche... (me he pasado yo de hora)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hambre mis padres que fueron niños de la posguerra y levantaron un pais en ruinas trabajajando desde que tenían 7 y 9 años.

Anónimo dijo...

buena memoria lobo...tal y como me lo contaste a mi...:p