jueves, noviembre 04, 2010

Lobezno...


Para ti…
No sé, porque te gustan mis historias de lobo
Pero sea, si las quieres tuyas son, desde pequeño supongo que ya era indómito y mi padre desde mi tierna infancia supongo que no podía hacer carrera de mi.
El caso es que a partir de mis doce años, decidió que los meses de verano, acudiera hacerme un hombre a la imprenta de su propiedad.
Y no había opción (anda que si me pilla ahora) el caso es que el horario era el que se hacía entonces en las imprentas.
El aprendiz llegaba el primero, para limpiar antes que llegara el personal.
Pues dicho y hecho, me tenía que levantar sobre las 5,30 de la mañana para llegar sobre  las seis y media al taller.
Con lo que siempre me ha gustado a mí la noche, durante esa primera época, casi me acostaba a la hora de las gallinas.
Me hizo entrega de las llaves, y la gran de responsabilidad de barrer y limpiar las maquinas.
Entonces se usaba petróleo y trapos y a frotar, con lo que al tercer día mis manos por más que me las lavara terminaron negras y no hablo ya de las uñas.
Salir de casa de noche desde entonces se convirtió en algo natural en mi, autobús y a la hora prevista en Legazpí para quien no conozca Madrid es un barrio entonces algo más que obrero dado que el Mercado de Abastos de frutas y verduras mas el matadero municipal estaba allí a unos 300 metros más o menos de donde estaba el taller.
Eso quiere decir que era el barrio nocturno  por naturaleza, los camioneros con las frutas y verduras llegaban al Mercado de Madrugada y esperaban su apertura.
La misma rutina para el ganado que llegaba de todos los rincones de España.
Eso explica que el barrio fuera lo más parecido a un barrio chino en la capital
Tugurios, prostitución, rateros etc.
A la hora que yo llegaba al barrio, mucha de esta fauna Ibérica iba en retirada a sus respectivas madrigueras.
Justo en el portal donde estaba ubicado el taller, hay un restaurante asturiano (sigue funcionando y comiéndose allí a las mil maravillas)
Allí tomaba mi segundo café del día, mi madre siempre dejaba algo preparado la noche anterior.
Desde muy pequeño una de mis grandes debilidades fue el café, la del tabaco también tiene su pequeña historia.
Los primeros días reconozco que los pase bastante mal, al entrar en el bar restaurante, todos los clientes miraban al crió que entraba.
Los clientes, toda una fauna que fui conociendo poco a poco.
Camioneros con cientos de kilómetros a sus espaldas, prostitutas ajadas por su larga madrugada. Algún que otro ratero habitual de la zona y los camareros del turno de noche.
Sus zapatos hacían más kilómetros que Alonso probando el nuevo Ferrari.
Esos eran los que me daban los buenos días todas las mañanas.
Yo siempre cerca de la puerta sin levantar mucho la vista, pedía un café con leche largo de café.
Un crío entre tal clientela no podía pasar desapercibido, siempre había el gracioso de turno que decía al camarero ponle una cazalla para que le salga pelo en el pecho.

Alguna risa que otra y yo pidiendo que me tragara la tierra, cuando no llegaba alguna de las damas de la noche y pasando por mi lado, me soltaba cualquier comentario sobre mi experiencia y mi posible interés por alcanzar la graduación sexual.
Vamos que los primeros cafés fueron un pequeño infierno…
Pero todo pasa y se va superando, al transcurrir de los primeros días, la cosa fue bajando de tono, y yo pase a convertirme en habitual de esas horas, mis buenos días eran respondidos con un hola chaval.
Siempre había alguna gracia, pero ya era más soportable para mi timidez.
Oía conversaciones de todo tipo, de que sin un cliente había intentado irse sin pagar.
Un viaje horrible con pinchazos, las autovías eran un espejismo entonces en todo el país.
Había días que el negocio se había dado bien, y la celebración estaba asegurada.
Pero no es lo mismo llegar a trabajar a las 6 de la mañana, que irse de retiro a la misma hora.
Mientras ellos y ellas tomaban cubalibres, yo cafés con leche, vaya éxito el mío.
La primera vez que me tome un chispazo de aguardiente, jamás lo olvidare, fue como si me hubieran atravesado con una barra de hierro ardiendo.
La garganta, era fuego y yo debía tener la cara como un poeta del romanticismo, con  lágrimas en los ojos.
Nunca falto el alma caritativa con exceso de pintura en los labios que me abrazaba y les decía dejar al chaval.
Eso sí, mi cara enterrada en su escote.
De esta manera comenzó mis primeros meses en el mundo laboral.
Yo también tenía mis preferidas, el hecho de ser un crio no significaba que yo fuera tonto.
Yo creo que desde esa época me viene a mí la afición a los tugurios.

1 comentario:

;p dijo...

a los tugurios....y a los escotes....;)
no se a quien le pue gustar que le cuentes historias.....pero yo me embobé leyendola...bueno...eso y alguna que otra risa, sin maldad.
besitos y un nogracias enorme.:))